¿Quiénes prendieron a Jesús? ¿Fueron los romanos o los judíos?
En la Roma clásica existía una gran preocupación por la seguridad ciudadana, sobre todo porque garantizaba el trasiego de mercancías que, de lo contrario, quedaban expuestas a los saqueos y pillajes.
El césar Augusto fue el primer mandatario que instauró un verdadero cuerpo de guardias urbanos en la capital del Imperio. En el resto de grandes ciudades, lo normal es que las autoridades locales se ocuparan de la seguridad pública, siendo tarea de las legiones garantizar el comercio por las calzadas y sofocar rebeliones.
Jerusalén era una de esas urbes majestuosas bajo poder de Roma desde el siglo I a.C. que además recibía decenas de miles de habitantes durante la pascua judía. Todo un reto tanto para el sumo sacerdote (máxima autoridad local) como para el prefecto romano.
Según parece, Jesús tuvo que lidiar con romanos y con sus paisanos también, con lo que no queda claro si su detención fue a cargo de Roma o de las autoridades de Jerusalén. Lo intentaremos aclarar en el presente post, revisando de camino cómo era el sistema de seguridad púbica de la Roma clásica.
Índice
La seguridad pública en Roma bajo los césares
Julio Cesar prohibió la circulación de carros y carretas durante el día por las calles de Roma por lo que las mercancías llegaban a la gran ciudad por la noche.
Imaginemos el ruido que hacían con tanto trasiego de caravanas. De hecho, el insomnio era una verdadera plaga en la capital del Imperio, como denunciaban no pocos poetas y cronistas en sus textos.
Los robos eran frecuentes. Por la noche, en las callejuelas alejadas de las vías principales o en los suburbios, la oscuridad era casi absoluta, lo que favorecía los crímenes.
Preocupaban mucho los incendios ya que tanto las tabernas, atestadas de clientela por la noche, como las propias viviendas pero también los comercios que recibían sus artículos a horas intempestivas, se iluminaban con antorchas o lámparas de aceite (las velas de sebo eran decorativas).
Existían los «triumviri nocturni», que patrullaban las calles por las noches para que no se produjeran incendios, pero también que no se cometieran delitos. Pero no era suficiente para garantizar la seguridad ciudadana.
Fue Augusto el que instauró la institución de los vigiles, con preparación militar, sobre todo para prevenir incendios, pero también controlaban a los malhechores.
Cuando se les premiaba con la libertad, los esclavos arrastraban su pasado que les cerraba puertas por lo que no podían acceder a cualquier trabajo, solo aquellos que no querían el resto de ciudadanos libres. El de los vigiles era uno de estos oficios así que las cohortes de vigilantes nocturnos estaban formadas por libertos, de entre 500 y 1.000 efectivos cada una (había siete cohortes en la capital imperial), divididas en centurias.
Las cohortes se repartían la ciudad de Roma ya que era demasiado grande por lo que cada una se ocupaba de un par de barrios (como los llamaríamos hoy).
El funcionario que ejercía de jefe de los vigiles era el «praefectus vigilum» y era siempre de la orden ecuestre, una clase social que se repartía la mayor parte de los altos cargos públicos.
La extinción de incendios les ocupaba casi todo su tiempo, porque eran muy frecuentes. Para prevenir que se cometieran delitos aprovechando que los vigiles se volcaban en su labor de bomberos, la ley romana estableció severos castigos para los delincuentes nocturnos, esperando que con esta medida se frenaran algo.
Tenemos testimonios de escritores de la época como Juvenal, quién relató que los ladrones aprovechaban que las puertas de las viviendas se atrancaban con lo que no pocos de sus moradores, mientras intentaban abrirlas, eran atracados por la noche.
Los comerciantes ponían cadenas en las puertas de sus establecimientos
En realidad, no era demasiado tarde, sino en torno a las cuatro o cinco cuando se cerraba todo. Pero en invierno anochecía antes, como ahora y sobre las siete de la tarde-noche se activaba la intensa vida nocturna.
El pan se hacía por la noche, igual que se ha hecho después y se hace ahora.
La basura también se sacaba y recogía por la noche (en carretas que pasaban por las calles), igual que ahora.
Había tantos crímenes nocturnos que los cadáveres los recogían los basureros para tirarlos a las fosas comunes en las afueras de Roma (y el resto de ciudades romanas). Ahí acababan también los desafortunados indigentes que morían de hambre. De hecho, la palabra funeral viene del latín “funalia” que era una antorcha que llevaba una persona por delante del cortejo fúnebre.
Con variaciones, el resto de grandes ciudades operaban más o menos de la misma manera, salvo que no se veían guardias pretorianos; solo había en Roma, donde vigilaban la seguridad del emperador y de su familia pero también la seguridad ciudadana. Solo se veían en otra ciudad si el césar la visitaba, pues eran su escolta personal.
Los guardias pretorianos participaban en campañas militares solo si el emperador se desplazaba al teatro de operaciones, como sucedió en alguna ocasión. Con Trajano, un guerrero nato, era frecuente ver a los guardias pretorianos en el frente, como con Marco Aurelio y otros césares.
El jefe de la guardia pretoriana era el prefecto del pretorio que contaba con lugartenientes que eran sus tribunos.
Los guardias pretorianos comenzaron siendo soldados “extraordinarii” que por sus cualidades se reservaban para la seguridad del jefe del ejército o pretor, quién residía durante las campañas militares en el pretorio (cuartel general), de ahí su nombre. Entre ellos había soldados de infantería y caballería.
Cuando se producía otra campaña, se escogían de entre las legiones usadas para tal misión otra guardia pretoriana diferente ya que el servicio era temporal, pero en el siglo I a.C. pasó a ser permanente. Octavio Augusto la convertiría en el cuerpo militar en el que se convirtió.
El césar era quién elegía a sus mandos principales: los prefectos del pretorio, quiénes a su vez elegían a los tribunos que ejercían como jefes de las cohortes, las cuales se componían de 500 soldados cada una. Los pretorianos eran los protectores del emperador, fuera éste quién fuese, hasta el ascenso al poder de Constantino, en el siglo IV, quién creó su propio cuerpo militar de seguridad.
Muchos de los tribunos jefes de las cohortes urbanas fueron antes centuriones primipilos, los más experimentados y de más alto rango de las legiones. Una vez eran licenciados del ejército, se les incorporaba a la Orden Ecuestre pudiendo servir como tribunos de la Guardia Pretoriana.
Cobraban el triple que en las legiones: si un soldado especializado recibía un salario anual de 225 denarios, los pretorianos alcanzaban los 675 denarios al año.
Eran doce las cohortes, siendo las X, XI y XII las cohortes urbanas, destinadas a la seguridad pública durante el día (por la noche ya hemos dicho que se ocupaban los vigiles).
Como unidad de élite dentro de la Guardia Pretoriana estaban los speculatores augusti, espías que informaban de todo lo que sucedía en el imperio. Los gobernadores y cónsules sabían que no era buena idea mentir a los emperadores.
Las cohortes urbanas antes mencionadas hacían de refuerzo en eventos multitudinarios. Se les adiestraba como antidisturbios por si se producía una rebelión o una situación que se desmadrara provocando altercados. Es más, todos los pretorianos eran de Italia, para que se tomaran más en serio su labor. De este modo, eran conocedores de la política local conociendo a los senadores y sus intrigas.
Un guardia pretoriano se distinguía de un legionario porque su coraza, casco y escudo estaban decorados con detalles que les identificaban: llevaban grabados en sus escudos rayos, alas, estrellas y escorpiones, siendo éstos últimos su emblema.
Tenían cierta flexibilidad en su uniformidad, no siendo necesario ir con la coraza a todos lados. Se les veía vistiendo como ciudadanos normales no pocas veces cuando vigilaban el Senado o el Palatino, donde residían los emperadores y la aristocracia romana.
Nos preguntamos dónde estaban los pretorianos cuando asesinaron a Julio César en el Senado de Roma.
Era normal ver a guardias pretorianos en el Senado pues se trataba de la institución que asesoraba en materia de seguridad pública y otras cuestiones. Sus decretos, una vez revisados por los magistrados competentes, se convertían en leyes.
El Senado (o Curia Julia por haber construido la sede de la asamblea Julio César), celebraba sus sesiones con las puertas abiertas por si algún ciudadano deseaba asistir, sentándose en lugares habilitados para ellos, fuera del recinto reservado a los senadores.
Los crímenes sentenciados a pena capital eran debatidos antes por el Senado (no siempre) pudiendo ser conmutada por una pena inferior. Así que podemos imaginar que algunas de sus sesiones levantaran agrias críticas que pudieron derivar en altercados.
Muchos pretorianos eran hijos de senadores aparte de que el emperador presidía los debates como princeps senatus, con lo que era normal ver a estos soldados por el edifico del Senado, dentro y fuera.
La seguridad en las Provincias del Imperio Romano: Judea
Judea, en tiempos de Cristo, pertenecía a la Provincia romana de Siria y estaba gobernada por un prefecto de la orden ecuestre, siendo el más conocido Poncio Pilato.
Los gobernadores de las Provincias, en sus capitales, contaban con su propia escolta que normalmente estaba formada por soldados de las legiones destacadas en dichos territorios.
En el caso de Pilato, necesitó de la guarnición romana de Jerusalén, donde tenía su residencia, para calmar a los radicales judíos pero no había un odio generalizado hacia Roma, como se nos ha hecho creer en las películas.
Las calzadas debían ser protegidas porque abundaban los forajidos y salteadores lo que perjudicaba al comercio. Era una función que realizaron las patrullas romanas.
Los comerciantes judíos les tenían cierto aprecio porque los soldados romanos garantizaban su actividad, pero procuraban que no se notara demasiado por temor a los fariseos, radicales religiosos.
Los fariseos estaban enfrentados a los saduceos, que eran los que dirigían el Templo de Jerusalén, que contaba con su propio cuerpo de Policía y a éste último sí se le tenía un odio visceral, porque eran quiénes acompañaban a los recaudadores de impuestos (entre otras funciones).
Los fariseos inspiraban a los zelotes, algo así como su brazo armado, aunque negaran relación con ellos para evitar a la justicia romana. Los zelotes eran lo más parecido a los terroristas actuales.
El hecho de que Pilato juzgara a Jesús se debe, en teoría, a que se le consideró un rebelde contra el orden romano impuesto en Judea, pues así le presentaron los miembros del Sanedrín, el órgano que dirigía el Templo.
Vemos, pues, que la seguridad en cuestiones importantes y graves era tarea de los romanos. Las labores de seguridad pública menos importantes competían a la Guardia del Templo, en manos de la tribu levita (una de las doce tribus de Israel).
Los "policías" del Templo eran conocidos como "hazzanîm" y sus funciones iban desde garantizar la seguridad del Templo como la de los actos litúrgicos, ocupándose también de la limpieza de las instalaciones (salvo el atrio de los sacerdotes, del que se ocupan éstos).
La jêl era una terraza que delimitaba la zona permitida a los fieles y peregrinos de las estancias privadas del personal del Templo.
Los guardias del Templo también vigilaban el Atrio de los Gentiles, reservado para los "no judíos", donde Jesús protagonizó el célebre episodio en el que expulsa a los comerciantes que se agolpaban en esta zona.
Tengamos en cuenta que el Templo se llevaba una parte de los beneficios por lo que loa hazanîm vigilaban que se cobraran los impuestos íntegros.
Al igual que en Roma, en Jerusalén existía vigilancia nocturna que, en el caso del enorme Templo, era responsabilidad del îs har ha-bayit. El resto de la ciudad y los caminos que llevaban a ella eran tarea de los soldados romanos, que realizaban patrullas nocturnas.
Durante el día, los guardias del Templo, bajo las órdenes del poderoso "sagan", se ocupaban de la seguridad urbana. En ocasiones, y más durante la Pascua judía, la cohorte destacada permanentemente en la fortaleza romana, la Torre Antonia, colaboraba con la Guardia del Templo, si la masa humana resultaba difícil de controlar.
Lo normal, por la desconfianza mutua, es que los guardias no solicitaran ayuda a los soldados romanos. En ocasiones, éstos últimos se dejaban ver por las calles para dejar claro quiénes mandaban realmente.
La escena de la llegada del prefecto a Jerusalén de la película Ben-Hur (aunque en el film lo convierten erróneamente en gobernador), bien pudo ser como sucedía entonces, desfilando por las calles de la ciudad, reflejando el poder de Roma.
Las concentraciones multitudinarias estaban prohibidas en Judea, salvo casos muy especiales
Episodios como el de las bienaventuranzas o la entrada en Jerusalén a lomos de un burro son del todo improbables pues lo normal es que los soldados romanos hubieran despejado la multitud enseguida. Por motivos de seguridad, para evitar una revuelta o ataque masivo, no se permitían agrupaciones demasiado numerosas de personas.
Pero Flavio Josefo, judío romanizado que describió la sociedad de Palestina en el siglo I además de cronista de la primera guerra judeo-romana, nos indica que solo durante las fiestas señaladas se permitían las muchedumbres, pues llegaban peregrinos de todo Israel.
Por lo tanto, cabe la posibilidad de que sí que se concentrara gran cantidad de personas para recibir a Jesús.
Los soldados destinados en Judea eran de fuera, sobre todo griegos, sirios y de Samaria. Los samaritanos odiaban a los judíos pues los reyes de Israel fueron muy duros con ellos (habían destruido varias veces su santuario más sagrado en el monte Gerizim).
Muchos samaritanos se alistaron en las tropas auxiliares romanas, tomándose la revancha.
Los samaritanos fueron enviados a Judea, pues sus mandos romanos sabían de ese odio: quiénes mejor que antiguos enemigos para contener a los rebeldes judíos, así que bien pudieron ser samaritanos los que torturaron a Jesús antes del famoso juicio.
No es historia ficción la terrorífica imagen del Jesús interpretado por Jim Caviezel en "La Pasión de Cristo", ya que muy probablemente quedaban así los reos judíos tras ser castigados por los soldados auxiliares.
La parabola del buen samaritano que supuestamente Jesús cuenta como ejemplo de una de sus lecciones morales (según el Evangelio de Lucas) nos viene a decir que incluso del que menos te esperas cabe una buena obra.
¿Quiénes prendieron a Jesús?
No está claro quiénes detuvieron a Jesús en Getsemaní, en el Monte de los Olivos, si guardias del Templo, soldados romanos o un combinado de ambos.
Los textos evangélicos, los únicos que recogen el episodio (no hay crónicas judías o romanas de entonces que hablen de este asunto) mencionan una cohorte, sin especificar.
Difícilmente podía tratarse de una cohorte romana pues, como hemnos visto cuando hemos hablado de estas divisiones de soldados en el primer epígrafe, se componían de 500 o más soldados más decenas de jinetes.
Cuesta creer que semejante fuerza marchara al monte a prender a Jesús.
Por otro lado, de ser los romanos quiénes le arrestaran no le habrían llevado a presencia de Caifás, el sumo sacerdote, sino ante el prefecto Poncio Pilato. En cambio, Jesús fue conducido al Sanedrín que, en reunión extraordinaria, le juzgó antes de ser llevado al prefectorio romano.
Si el evangelista Juan está en lo cierto y un tribuno acompañó al grupo que detuvo a Jesús, hablaríamos de un cargo militar importante, lugarteniente de los “legatus”, jefes máximos de las legiones, como también hemos comentado, pero ¿de qué legión?
Pudiera ser que la X Fretensis continuara cerca de Jerusalén en el año 30, cuando supuestamente murió Jesús, o que con motivo de la Pascua judía tuviera costumbre de dirigirse a las inmediaciones de la ciudad para reforzar la seguridad. Como hemos visto también anteriormente, se trataba de unos días en los que decenas de miles de peregrinos visitaban el Templo para realizar sus sacrificios rituales.
Tal vez los romanos temieran una rebelión como la que hubo tras la destitución del rey Herodes Arquelao en el año 6, que tenía a Judea bajo sus dominios. Fue en ese año cuando la X Fretensis acampó cerca de Jerusalén para sofocar el levantamiento, junto con más fuerzas dirigidas por el gobernador romano de Siria, Publio Sulpicio Quirinio.
Si la legión X se quedó en Jerusalén para evitar nuevos levantamientos, Pilato tendría que haber contado con su “legatus” para ordenar a uno de sus tribunos que acompañaran al grupo de soldados y guardias del Templo de Jerusalén para prender a Jesús.
Se tendría que haber informado al gobernador de Siria y por lo tanto, implicar a demasiada gente como para que no se tenga constancia por escrito de nada de lo sucedido, al menos de modo oficial: no hay ningún informe, ni crónica, ni texto alguno que hable de estos movimientos. En cambio, exigió la presencia de todo un tribuno coordinando la operación.
Si Jesús era tan importante, ¿por qué no se habla de él en ninguna crónica romana y en cambio sí de otros líderes rebeldes? Por ejemplo, se tiene constancia de Judas el Galileo, que no Jesús (aunque también fuera de Galilea). Claro que hay quiénes dicen que Jesús fue un mito inspirado en Judas de Galilea o incluso que estuvo emparentado con ese rebelde.
Si a Jesús se le relacionó con Judas el Galileo, se entendería que un contingente de soldados importante acompañara a una guarnición del Templo de Jerusalén a detener a Jesús y quiénes le acompañaran. Tengamos en cuenta que Judas el Galileo es el fundador del movimiento zelote, según el historiador Flavio Josefo (aunque no hay actividad documentada de los zelotes hasta el año 44).
En definitiva, las ciudades romanas sí que contaban con seguridad urbana en manos de cuerpos militares adiestrados con múltiples funciones. Lo hemos visto en el caso de Roma y también como funcionaban en la Jerusalén de la época de Cristo.
Lo que sigue siendo un misterio es el prendimiento de Jesús, solo comprensible si se le consideró un rebelde de gran importancia. Las contradicciones giran en torno al hecho de que se le condujera a presencia del sumo sacerdote Caifás en primer lugar, y no ante Pilato, que hubiera sido lo normal si tan peligroso era.
Hay otra explicación al por qué se menciona la palabra “cohorte” en el evangelio de Juan: es un término latino que pudiera significar “cerca del huerto”. Tal vez en la traducción latina del evangelio se quiso decir “cerca del huerto” refiriéndose al huerto de Getsemaní, donde prendieron a Jesús.
Pudiera ser que se cometiera un error, confundiéndose el término con la cohorte militar.