Las contradicciones y tergiversaciones en torno al asesinato del periodista Jamal Khashogii pudieran pasar factura al príncipe heredero saudí
El Gobierno ruso ha lamentado que se acepten las teorías turcas sobre el fallecimiento del periodista Jamal Khashoggi, un reportero en nómina del periódico The Washington Post, de origen saudí y que tras entrar en el consulado saudí en Estambul hace un mes, para recoger unos documentos, ya no llegó a salir. Para Rusia, las explicaciones saudíes son convincentes.
Las autoridades de Arabia Saudí aseguraron en su momento que el periodista salió por su propio pie del consulado pero el periódico ha publicado una noticia facilitada por la agencia Reuters de fuentes que les confirman que fue torturado y asesinado. Para poder sacar el cadáver de la legación diplomática sin levantar sospechas, Khashogii fue descuartizado, espeluznante dato que corrobora la Fiscalía turca. Sin admitir esto último, el Gobierno saudí acabaría reconociendo que en efecto murió, pero porque se vio envuelto en una pelea. Para colmo, la Fiscalía General de Arabia Saudí concluyó una investigación en la que se admitía que el asesinato de Khashoggi fue planificado previamente, deteniendo a varias personas por participar en el complot. Tal contradicción motivó que numerosos Gobiernos protestaran, siendo el turco y el alemán los que más enérgicamente lo han hecho.
La investigación turca ha concluido con que el periodista fue estrangulado nada más entrar en el consulado. Un análisis minucioso de las cámaras de seguridad próximas avalan la tesis turca de que el reportero no salió nunca de las instalaciones consulares, aunque el Gobierno saudí dijera en un principio que sí que lo hizo, con imágenes de un individuo con rasgos similares saliendo del consulado pero del que podía verse que no se trataba de Khashoggi (fue tan burda la representación que ni siquiera se molestaron en buscar a alguien que tuviera tan poco cabello como el periodista, sino que se trata de un “doble” con una mata de pelo de la que carecía Khashoggi).
Los turcos aseguran que sus fuentes, entre las que se incluyen grabaciones tanto de vídeo como de audio, que analizaron junto a la CIA, demuestran que fue estrangulado y que tras resistirse varios minutos acabó muriendo. El periodista era disidente con el Gobierno saudí y por ello vivía en el exilio en Washington, donde sería contratado por el periódico para el que trabajaba.
En una conversación telefónica, que ha trascendido a la prensa, del príncipe Mohammed bin Salman, heredero del actual rey de Arabia Saudí, con Donald Trump y dos de sus asesores, Salman calificaba a Khashoggi de “islamista peligroso”, miembro de la corriente extremista “Hermanos Musulmanes”. El príncipe es considerado el verdadero poder actualmente en Arabia Saudí puesto que su padre, el rey Salman, padece Alzheimer, con lo que su hijo, de tan solo 33 años de edad, lleva las riendas del País como viceprimer ministro del país, presidente del Consejo de Asuntos Económicos y de Desarrollo, así como del de Asuntos Políticos y de Seguridad siendo además ministro de defensa. En esa conversación con Trump estaba presente Jared Kushner, el yerno del presidente de los Estados Unidos en calidad de asesor personal -su misión es buscar vías pacíficas que solucionen el conflicto palestino; Kushner, como su esposa, la hija de Trump, son ambos judíos-. Todo lo que concierne a Israel interesa al yerno de Trump y Arabia Saudí no se muestra partidaria de los palestinos ni cree que Jerusalén deba ser su capital, estableciendo un inusitado vínculo con Israel, ya que ambos Estados tienen un enemigo común: Irán, Estado que a su vez apoya a los palestinos.
Así que el príncipe saudí intentó convencer tanto a Kushner, solo tres años mayor que él, como a su suegro, el presidente Trump, pidiéndoles que el asunto Khashoggi no suponga un perjuicio en las relaciones comerciales y diplomáticas entre las dos Naciones. Resulta curioso que después de esta conversación, el Gobierno saudí reconoció el crimen y llevó a cabo la investigación interna para depurar responsabilidades, admitiendo que se trató de una terrible tragedia. Incluso el embajador saudí en Estados Unidos, hermano del príncipe Mohammed, alabó la trayectoria profesional de Khashoggi.
La investigación del crimen de Khashogii
La pareja sentimental y familia del periodista asesinado han declarado a los medios que Kashoggi no era miembro de “Hermanos Musulmanes” ni de ninguna otra corriente islamista radical. En concreto, su novia, de nacionalidad turca, dijo que la razón por la que el periodista fue al consulado se debía a la intención de ambos de casarse para lo que necesitaba cierta documentación personal que acreditara su divorcio de su anterior esposa, pero ya nunca salió del edificio.
Los empleados turcos del Consulado interrogados por la Policía dijeron que les dieron la tarde libre. Sería la novia del reportero quién avisó a compañeros periodistas del mismo al comprobar como su pareja llevaba casi cuatro horas sin dar señales de vida después de haber entrado en el consulado, por lo que se presenta la Policía quién pide explicaciones al Ministerio de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí que dice no saber nada al respecto. Una semana después, las autoridades turcas revelan que descubrieron la llegada de quince súbditos saudíes a Turquía, en vuelo privado, entre los que se hallaba un forense militar, el día que desapareció Khashoggi y que se marcharon el mismo día.
Transcurrida otra semana, finalmente el Gobierno saudí permite la entrada de la Policía turca en su consulado para que lleve a cabo pesquisas y tras varias horas de investigación descubren que algunas instalaciones habían sido limpiadas de forma exhaustiva recientemente, incluso pintadas las paredes. Los indicios dejan entrever, según manifestación pública de las autoridades turcas, que se llevó a cabo un interrogatorio que acabó con el asesinato del periodista.
El 24 de octubre, uno de los quince saudíes identificados por los agentes turcos que llegaron a Estambul el día que muere Khashoggi, fallece en un extraño accidente de tráfico en Riad.
Si bien, las autoridades saudíes han terminado por reconocer que fue asesinado, se desconoce que hicieron con su cadáver, asegurando que se lo entregaron a un colaborador local desconociendo lo que hizo con el mismo. El Gobierno de los Estados Unidos les ha exigido que averigüen que hicieron con el cuerpo y donde se encuentran sus restos. El Gobierno turco asegura que los trozos en los que fue descuartizado, una vez muerto, fueron disueltos en ácido.
En una conversación por Skipe, según los investigadores turcos, Saud al Qahtani, el asesor más próximo al príncipe bin Salman, discute con Khashoggi ordenando posteriormente que le llevaran “la cabeza de ese perro”. Por tan atroz crimen, sucedido en territorio turco, el Gobierno de Ankara ha solicitado al de Riad que extradite a las 18 personas que la investigación saudí señala como cómplices en la trama del asesinato del periodista. El Gobierno saudí se ha negado asegurando que rendirán cuentas ante sus propios tribunales de justicia.
Otros “cabezas de turco” destituidos han sido el vicedirector del Departamento General de Inteligencia, el general Ahmed al Asiri y otros cuatro generales más, también de los Servicios Secretos. Mientras tanto y para relajar la condena internacional, el príncipe bin Salman ordena que se levante la prohibición de salir del País al hijo de Khashoggi, autorizándole a marcharse a los Estados Unidos, llegando a despedirse en persona, siendo fotografiada la escena, pretendiendo dar a entender a la comunidad internacional que tanto el rey Salman como su hijo lamentan lo que le sucedió a su padre.
Mohammed bin Salman, el príncipe oscuro
Los turcos culpan directamente al príncipe heredero saudí ya que los sospechosos están bajo las órdenes de personas muy próximas a Mohammed bin Salman, cabeza de una familia que incluye no solo a parientes más o menos cercanos sino a sus relaciones clientelares: la Casa de Saud, con miles de miembros que gobiernan el Reino desde hace casi 90 años, controlando todos los estratos del poder.
Mohammed, de hecho, está considerado un joven ambicioso y malcriado (su madre y hermanos contaban con un séquito personal de más de cincuenta personas), según los disidentes que han publicado datos del que aspira a ser el próximo rey de Arabia Saudí, aunque ya gobierna de facto. Los que más le critican son los miembros del Movimiento para la Reforma Islámica, con sede en Londres, que aboga por la separación de poderes y unos mayores derechos de los ciudadanos saudíes.
Algunos opositores exiliados han declarado a los medios que en Arabia Saudí el príncipe Mohammed bin Salman era muy conocido años atrás por sus fastuosas fiestas con sus amistades universitarias lo que ha hecho que se convenza a sí mismo de que es alguien especial, al comprobar como todo el mundo le adula. Su fortuna es incalculable y se dice que sueña con ser el hombre más rico del Planeta (tiene un yate valorado en 500 millones de dólares). Para ello cuenta con la privatización de la petrolera estatal ARAMCO que junto con la corporación SABIC, también saudí, se han convertido en líderes mundiales en productos químicos derivados del petróleo.
En realidad, Mohammed no es descendiente directo de los fundadores de la Casa de Saud, sino de una línea de parentesco próxima al ser apartado de sus derechos al trono el último de los verdaderos descendientes; de ello se encargó su padre, el rey Salman: apartó de la línea sucesoria al heredero legítimo, el príncipe Mohamed bin Nayef, en 2017, haciéndose con el poder total su primo Salman, quién ya lo ejercía desde hacía un par de años pero con la sombra de Nayef inquietándole. Alegó para justificar tal maniobra que Nayef estaba incapacitado por su dependencia a los fármacos que le aliviaban los dolores que sufría tras un atentado sufrido en 2009 por lo que le enclaustró en una cárcel dorada, en un palacio a orillas del Mar Rojo.
Se dice que el hombre detrás de todas las maniobras que han cimentado a su padre en el poder, y a él mismo como verdadero mandatario en la sombra, es el príncipe Mohammed bin Salman. De hecho, hizo una limpieza de familiares que pudieran reivindicar sus mayores derechos al trono acusándoles de traición u otros delitos, puestos bajo vigilancia policial e incluso alejando a su propia madre de la corte, enviando a su progenitora al sur de la Península Arábiga para que no pueda usar a sus contactos y tramar contra su hijo.
Pero ahora todo ese edificio de poder que ha construido pudiera venirse abajo si a los Estados Unidos le resulta incómodo. La Casa Blanca, que sostiene a este individuo con su apoyo institucional, se ha visto obligada a dar muchas explicaciones y es que han surgido también sospechas sobre la implicación de los Estados Unidos.
La primera intención del periodista fue tramitar los documentos que pidió al consulado a través de la embajada saudí en Washington, donde residía, pero allí le recomendaron que lo hiciera en Estambul al ser su novia de nacionalidad turca; el embajador saudí en Estados Unidos es hermano de Mohammed bin Salman.
Jamal Khashoggi era periodista desde 1980 y se dice de él que colaboró tanto con la CIA como con la dinastía saudí en la década de los 80 cubriendo la actividad de combatientes árabes en Afganistán contra los soviéticos y posteriormente, ya en los 90, para que no se viera a la Casa de Saud como excesivamente fundamentalista. Con posterioridad, seguiría colaborando con la CIA, ya en el siglo XXI, justificando la “guerra contra el terrorismo” puesta en marcha por George Bush. Es más, Khashoggi llegó a ser asesor de prensa de los servicios secretos saudíes. Pero al producirse el acceso al poder del rey Salman y con él de su hijo, el príncipe Mohammed bin Salman, Khashoggi se posiciona al lado de la línea familiar que le otorgó todos sus méritos y que ahora había sido apartada del poder, volviéndose incómodo para muchos: la actual línea dinástica saudí y Estados Unidos como aliados de los saudíes. Tal vez no solo el Gobierno saudí tenga que aclarar lo sucedido.
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